Poemas inspirados en el mundo natural

En el vasto lienzo de la naturaleza, donde los colores del cielo se mezclan con los tonos terrestres, nacen poemas que danzan con el viento y susurran secretos a aquellos que prestan atención. A continuación, te invito a sumergirte en un mundo poético donde los elementos se entrelazan y la belleza de la naturaleza se despliega en versos que acarician el alma.

Poeta: Alfonsina Storni

Poema: “Mañana gris”

Se abren bocas grises

en la plancha

redonda del mar.

Tragan nubes grises

las bocas

silenciosas del mar.

Dormidos los peces,

en el fondo,

están.

Colocados en nichos,

el cuerpo frío horizontal

duermen todos los peces

del mar.

Uno, bajo una aleta,

tiene un pequeño

sol invernal.

Su luz difusa

asciende

y abre una aurora pálida

en cada boca gris del mar.

Pasa el buque

y los peces

no se pueden despertar.

Gaviotas trazan signos de acero

sobre la inmensidad.

Autor: Rafael Obligado

Poema: “Poesía sobre el Seibo”

Yo tengo mis recuerdos asidos a tus hojas,

yo te amo como se ama la sombra del hogar,

risueño compañero del alba de mi vida,

seibo esplendoroso del regio Paraná.

 

Las horas del estío pasadas a tu sombra,

pendiente de tus brazos mi hamaca guaraní,

eternas vibraciones dejaron en mi pecho,

tesoro de armonías que llevo al porvenir.

 

Y muchas veces, muchas, mi frente enardecida,

tostada por el rayo del sol meridional,

brumosa con la niebla de luz del pensamiento,

buscó bajo tu copa frescura y soledad.

 

Allí, bajo las ramas nerviosas y apartadas,

teniendo por doseles tus flores de carmín,

también su hogar aéreo suspenden los boyeros,

columpio predilecto del céfiro feliz.

 

Se arrojan en tus brazos, pidiéndoles apoyo,

mil suertes de lanas de múltiple color;

y abriendo victorioso tus flores carmesíes,

guirnalda de las islas, coronas su mansión.

 

Recuerdo aquellas ondas azules y risueñas

que en torno repetían las glorias de tu sien,

y aquellas que el pampero, sonoras y tendidas,

lanzaba cual un manto de espumas a tu pie.

 

Evoco aquellas tardes doradas y tranquilas,

cargadas de perfumes, de cantos y de amor,

en que los vagos sueños que duermen en el alma

despiertan en las notas de blanda vibración.

 

Entonces los rumores que viven en tus hojas,

confunden con las olas su música fugaz,

y se oyen de las aves los vuelos y los roces,

vagando entre las cintas del verde totoral.

 

¡Momentos deliciosos de olvido, de esperanza!

¡Destellos que iluminan la hermosa juventud!

¡Aquí es donde se sueña la virgen prometida

y es lumbre de sus ojos la ráfaga de luz!

 

Amigo de la infancia, te pido de rodillas

que el día en que a mi amada la sirvas de dosel,

me des una flor tuya, la flor mejor abierta,

para ceñir con ella la nieve de su sien.

 

¡Que nunca Dios me niegue tu sombra bienhechora,

seibo de mis islas, señor del Paraná!

¡Que pueda con mis versos dejar contigo el alma

viviendo de tu vida, gozando de tu paz!

 

¡Ah! ¡Cuando nada reste de tu cantor y seas

su solo monumento, su pompa funeral,

yo sé que en la corteza de tu musgoso tronco

alguna mano amiga mi nombre ha de grabar!

Autor: Carolina Rack

Poema: “Un chillido para el buen paisaje”

Una filósofa vino y dijo: acá deben ser, tienen que ser, todos Sócrates

este horizonte expande el pensamiento, dijo una filósofa.

 

Pero no, no con este sol que entra para abajo

con esta planicie que dibuja la misma línea siempre

el sol cae igual en las calles anchas

cae como una fuerza que aplasta y aplana

a esta pampa llana, chata y chota;

más ahora, cuando los dueños dicen:

a este verde lo hago todo igual, todo mío

estas aguas, para aquí, para allá, donde yo quiero

de estas tierras: sus nutrientes, todos míos, los exporto.

 

Cantan las mismas zambas los terratenientes ociosos

en las peñas: el sombrero, la guitarra y los lamentos

para decir: hay esperanza, patria y tradición.

 

Cantarán otras feas zambas sus futuros herederos

les llegan noticias de desamparo, pooles de siembra y traición.

 

Dónde, pero a qué suelo

distribuido por un pedral.

 

Dónde, dónde es el duelo

contra el que gana sin laburar.

 

No hay filosofía en la zamba, pura nostalgia.

 

Por eso mejor mirar al cielo,

como el de este pueblo

por ejemplo: allá cruzan los tordos

van de rama en rama chillando advertencias

solo les quedan los montes de las plazas céntricas

chillan ya no de indignación, sino en reclamo

dictan las consignas futuras, que dicen:

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